Durante mis 45 años recorriendo el mundo como piloto comercial, trabajando para tres aerolíneas de primer nivel, tuve la oportunidad de ver y aprender muchos de los secretos de aviación dentro de mis cabinas de vuelo y fuera de ellas.
Un piloto comercial sigue aprendiendo, aún en la última hora de su vuelo de jubilación, y el cúmulo de experiencias, a través de los años, nos da una visión casi completa del entorno en el aire, y de cómo son las cosas de la industria en muchos de sus aspectos.
Personalmente, no recuerdo haber visto, en ninguno de los países que visité durante más de cuatro décadas, por cuestiones de trabajo, un desorden tan profundo como el que registra la industria aérea de nuestro México.
Tristemente, tenemos una autoridad aeronáutica ineficiente, con recursos económicos y humanos muy limitados, además de una política aérea gubernamental que mantiene en vilo las posibilidades de recuperación y progreso de las aerolíneas nacionales.
La posibilidad de la apertura de cielos mexicanos, a través del cabotaje a empresas aéreas extranjeras, con el único objetivo de dar viabilidad a un aeropuerto a medio terminar, como lo es el AIFA, ponenen riesgo el progreso de la aviación nacional y podría ser un verdadero autogolpe a nuestra industria.
Debemos decir que cuando la política interviene en los procesos de seguridad aérea o pone (voluntaria o involuntariamente) trabas a la industria, el impacto no solo es económico sino también social.
La única entidad que puede salvar a la industria aérea de cada país es su propio gobierno, a través de la autoridad aeronáutica y, si ésta no cumple con eficiencia, visión, y responsabilidad su función, las consecuencias llegan tarde o temprano.
La Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC) mexicana no ha logrado su autonomía, ni económica ni administrativa, y ha caído en la ineficiencia de la que hemos hablado, llevándola a la degradación a categoría 2, por no cumplir con los estándares de seguridad aérea establecidos internacionalmente.
Lo peor de todo es que no parece que se estén tomando los pasos adecuados para dar solución a los problemas, que cada día se siguen acumulando, y que seguramente en algún momento podrían hacer crisis con todas sus graves consecuencias.
El plan aeroportuario del Valle de México, la administración de su espacio aéreo, la certificación de aerolíneas y escuelas, la expedición de licencias, capacidades y exámenes de aptitud física, el control de la inspección y la falta de entrenamiento a sus profesionales, el desorden en los procesos de exámenes para obtención de cédulas y títulos profesionales, la corrupción rampante y la falta de una política aérea de Estado, que empiece por la protección de los intereses nacionales, entre otras cosas, están retrasando la recuperación y progreso de nuestra aviación.
Nadie parece hacer caso y, mucho menos, tomar en cuenta la opinión de tantos profesionales de la industria aérea mexicana, que han levantado la voz aportando ideas, posibles soluciones y nuevos caminos para lograr eficiencia en todos los procesos, que terminan por poner en el aire de manera segura a una aeronave comercial.
Se siguen aplicando ideas antiguas, leyes y reglamentos obsoletos que, en épocas modernas, representan una enorme carga burocrática que lo complica todo.
Nuestra industria aérea es (todavía) reconocida internacionalmente y merece seguir manteniendo ese lugar, pero para eso requiere del apoyo del gobierno y sus autoridades aeronáuticas o, al menos, que éstas y sus políticas no se conviertan en obstáculos para lograrlo.
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