Hace poco más de cien años que en las playas de Carolina del Norte se llevó a cabo el primer vuelo de una maquina más pesada que el aire. Ese día, la aviación dio inicio con un simple y rudimentario aparato, un aviador, una playa interminable y un cielo infinito. Y nada más.
Hoy en día, aquella sencilla máquina ha dado paso a grandes y modernas aeronaves, equipadas con la tecnología más avanzada que parecen de ciencia ficción; la playa interminable se ha convertido en gigantescos aeropuertos, con largas y modernas pistas de aterrizaje; y el aviador se ha convertido en un profesional sumamente exigido, con una preparación que cubre todos los aspectos tecnológicos y humanos con los que se cuenta actualmente, todo para garantizar la vida de cientos de pasajeros que se ponen bajo su cuidado en cada vuelo.
También han surgido todo tipo de especialistas como técnicos de mantenimiento, despachadores, oficiales de operaciones, agentes de tráfico, controladores de tráfico aéreo, y muchos más que aportan su preparación y experiencia para continuar modernizando la industria.
Actualmente, existen reglas y autoridades para hacerlas valer; se han implantado procedimientos de todo tipo, empezando con aquellos que se refieren a la seguridad; tenemos instituciones mundiales que regulan y ordenan la aviación comercial en todo el planeta, actividad que se ha convertido en un negocio de miles de millones de dólares.
La industria aérea mundial se compone de una larga cadena de participantes técnicos y humanos, y cada avión que despega, de los miles que lo hacen todos los días, es el resultado de un largo y complicado proceso que culmina justamente ahí, en el despegue, el vuelo y posterior aterrizaje seguro de una aeronave.
Desde hace más de cien años solo hay dos elementos que no han cambiado de lugar: el piloto y el cielo infinito.
El aviador, como en un principio, sigue siendo quien lleva las manos en los controles y quién representa la última línea de defensa para enfrentar y corregir errores previos, para garantizar la seguridad y el bienestar de sus pasajeros.
En el proceso de preparación de un vuelo, cualquiera de los involucrados puede cometer un error, cualquiera puede fallar, pero en última instancia siempre será el piloto quien pueda detectarlo y corregirlo, o cometerlo él mismo, así como quien sufra las consecuencias y, a veces, lo pague con su propia vida.
El piloto aviador actual está sujeto a grandes presiones, entre ellas: las familiares o las que imponen los administradores de las aerolíneas; los contratos, reglas y reglamentos; las regulaciones médicas y operacionales de todo tipo, y las condiciones meteorológicas, políticas empresariales y muchas otras. Y hay que decir que, al final, todo comienza y termina en el momento en que el profesional toma una decisión, que siempre deberá realizar teniendo en mente la seguridad de sus pasajeros por encima de cualquier otra apreciación, sin importar de dónde venga.
Por todo lo anterior, y aunque a algunos no lo quieran aceptar, el piloto es el elemento más especial y al mismo tiempo el más frágil en la cadena de seguridad aérea. Dicho esto sin menospreciar en lo más mínimo el importante trabajo que llevan a cabo todos los demás profesionales involucrados.
La razón es sencilla: es el piloto quien por encima de todos los demás, sin excepción y por ley, tiene la última palabra y la última decisión en todo lo referente al vuelo.
Es el piloto al mando quien tiene la facultad de decidir si las condiciones generales del tiempo, de su avión y de su tripulación son las adecuadas para cumplir con el trabajo de transportar vidas humanas, y es su responsabilidad aceptarlo y actuar en consecuencia.
La aviación comercial ha demostrado un alto índice de seguridad y los procesos y reglas se siguen actualizando para aumentar ese índice cada día que pasa, pues la avanzada tecnología de los sistemas de tierra y de vuelo cubren casi todas las expectativas. Pero al final, un incidente o un accidente siempre se refiere en 90% a la falla humana, y por eso es que el piloto debe tener una conciencia muy clara de la gigantesca responsabilidad que recae sobre sus hombros.
Con humildad, con responsabilidad y con clara conciencia, el piloto debe comprender que es el eslabón más importante en la cadena de seguridad porque, después de todo, en el último momento, de sus decisiones (y de nadie más) dependerá su propia vida y la de sus pasajeros.
¡Felices despegues y aterrizajes seguros para todos en este 2017!
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