Hace 44 años, y después de haber pasado todas las pruebas que enfrenté para convertirme en piloto comercial, tuve la maravillosa oportunidad de firmar mi contrato con SAE, aerolínea filial de Aeroméxico, y dos años después estaba listo para comenzar mi entrenamiento como primer oficial de DC-9, el primer avión reactor de Aeronaves de México.
Después de completar el adiestramiento de tierra que duró 2 meses, mi compañero y yo fuimos asignados para iniciar el entrenamiento de simulador y vuelo. Pasaron otros treinta días de vuelo en simulador y también terminamos las 5 sesiones de vuelo real sin pasajeros en el área del aeropuerto de la ciudad de Mérida.
Hasta ese momento todo iba sobre ruedas. Cumplimos todos los programas establecidos con buenas calificaciones y comentarios de los diferentes instructores, y ahora serían necesarios dos meses adicionales para ser instruidos en vuelos de ruta y con pasajeros a bordo.
Mi expectativa, como la de todos en el grupo, era grande por conocer el nombre del Capitán instructor con el que estaría "casado" en todos mis vuelos por los próximos sesenta días y, cuando vi el nombre en mi secuencia de trabajo... el alma se me fue a los pies.
Se trataba de un instructor con muy mala fama, de los llamados "Black & Decker", y esa mala fama venía simplemente por ser un piloto (de aquí en adelante nos referiremos a él como el Capitán "X") sumamente exigente y de muy mal carácter.
Personalmente me sentía bien preparado, pero siempre había algún temor de compartir una cabina con el Capitán "X", quien por cierto tenía un buen número de pilotos en su lista de reprobados.
Por mi parte, yo había estudiado mucho y mis habilidades de vuelo eran las normales para un piloto con 2 mil horas de vuelo y apenas un par de años de experiencia.
Así pasaron dos largos meses de instrucción y asesoramiento en las rutas de la empresa, volando con el Capitán "X" bajo las condiciones más exigentes que alguien pueda enfrentar, pero no fue esa cualidad exigente de "X" la que me pesaba y me quitaba el sueño cada día.
Su actitud era la de un pesimista total: malhumorado, siempre desaliñado en su persona y en su forma de volar, muy mal hablado y tratando al avión como si fuera un camión de redilas.
Un tipo prepotente y arrogante como pocos, grosero conmigo e irrespetuoso con nuestras sobrecargos, y también una verdadera pesadilla para nuestros mecánicos y para el resto del personal de tierra.
Todos los compañeros con los que tuve contacto me aconsejaban pedir un cambio de instructor, pero lidiar con "X" y lograr pasar felizmente ese entrenamiento ya se había convertido en una cuestión de amor propio y orgullo profesional.
Por fin, terminé el adiestramiento en ruta e hice el examen final de vuelo correspondiente bajo la supervisión del Jefe de equipo y, a partir de ese momento, empezaría a volar con los Capitanes de línea de la compañía porque ya era un flamante primer oficial de DC-9, aprobado y calificado.
Desde luego que entre los compañeros de grupo hubo la oportunidad de comentar nuestras experiencias una vez que todos fuimos aprobados y no faltó la gran fiesta que duró hasta la madrugada.
En algún momento, uno de mis amigos me dijo que no entendía cómo pude soportar a "X" por tanto tiempo y terminar el entrenamiento de vuelo bajo su mando.
Al final y con el paso del tiempo comprendí que con el Capitán "X" tuve la invaluable oportunidad de aprender una de las mejores lecciones profesionales de mi vida y que vino a regir mis actitudes en el desarrollo de mi trabajo durante muchos años.
Desde luego que su intención no fue enseñármelo, pero de "X" aprendí como NO debo ver la profesión, como NO debo tratar a mi avión, como NO volar y como NO tratar a mis compañeros de trabajo.
Sin darse cuenta, "X" me ayudó a abrir los ojos para poder enamorarme aún más del vuelo y del cielo, y para respetar a mi avión. Me hizo ver que la arrogancia, la autocomplacencia y el ego son la peor estupidez que un aviador puede cometer.
Aprendí a ver a mis compañeros de trabajo como lo que son, profesionales comprometidos como yo, y también aprendí y me comprometí a respetar la profesión desde todos sus ángulos y puntos de vista posibles.
Así pues, mi recordado "X", con tus actos, tu comportamiento y tus actitudes, tú mismo me diste la mejor lección de mi vida, la que aprendí para los próximos 44 años y 26 mil horas de vuelo como aviador profesional e instructor: la forma en que NO deben de hacerse las cosas cuando te acomodas en el asiento, tras los controles de un avión.
Gracias mil.
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