Hace algunos años tuve la oportunidad de saludar a Alejandro cuando esperábamos en la cafetería de ASPA para firmar la entrada a una asamblea general.
Desayunamos juntos y, por pertenecer a distintas empresas, éramos sólo conocidos casuales, compañeros y colegas hasta ese momento. Pero compartiendo la plática con él, me pude dar cuenta de que era una persona agradable y enamorado de su familia y del vuelo.
Tomando café surgió la confianza entre los dos, hablamos de la profesión, de lo mal que se veían las cosas en Mexicana y terminamos recordando a nuestros seres queridos.
Se sentía profundamente orgulloso de su familia, especialmente de sus cuatro hijas, y a pesar de los momentos difíciles que se vivían por la situación de su empresa, se alegraba al instante sólo de nombrarlas.
Después del paro de operaciones de Mexicana, como muchos pilotos, Alex tuvo que emigrar para trabajar en el otro lado del mundo teniendo que convivir con otras culturas y otras formas de vida, enfrentando esa soledad y nostalgia que sólo conocemos quienes lo hemos dejado a nuestro país, familia y amigos.
La última vez que tuve la oportunidad de verlo fue en uno de los pasillos del aeropuerto de Bangkok en donde sólo nos pudimos dar un abrazo de prisa mientras corríamos para abordar nuestros aviones, él a Nairobi en África, y yo a Estambul en Turquía.
Quedamos de comunicarnos durante el vuelo en la frecuencia de 123.45 pero nunca pudimos hacer el contacto.
Ahora, que tristemente me he enterado de su fallecimiento, lo recuerdo con afecto.
Le pido a Dios que lo tenga en paz con Él, y que dé a su familia resignación y consuelo, recordándolo como la persona especial, el excelente padre de familia y el profesionista cabal que siempre fue.
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