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20/04/2024

Aerotransporte, pruebas covid y seguridad de la información

José Medina Go… / Domingo, 24 Enero 2021 - 19:23

En las últimas semanas se han presentado en el escenario internacional varios temas relevantes que de primera instancia parecen inconexos, pero tras una reflexión más profunda encontraremos se encuentran íntimamente relacionados. Uno de ellos parece totalmente inconexo, pero es tan sólo una nueva y renovada iteración de un antiguo debate entre la comunidad internacional, a saber, la privacidad versus la seguridad.

Empecemos recordando que desde hace unas tres semanas aproximadamente cuantiosos medios nacionales e internacionales, así como redes sociales y contactos personales se encontraban en un amplio debate por un aparente cambio de políticas de privacidad de la red social WhatsApp. Dándole una lectura totalmente descontextualizada, muchos actores -e increíblemente, algunas autoridades nacionales- concluyeron que estas nuevas políticas implican que datos personales de los usuarios de esta red social se compartirían con terceros en otra plataforma de la misma empresa (Facebook), y que estos datos se compartirían sin el menor escarnio a terceros para fines comerciales o para oscuros fines gubernamentales. Lo anterior no podría ser más alejado de la realidad.

La realidad objetiva es que cualquier servicio de mensajería, red social, datos electrónicos, o almacenamiento virtual de información es susceptible a ser intervenido, tanto por las autoridades como por terceros no autorizados que cuenten con los fines o medios para tal fin. Queremos creer que estamos protegidos por “políticas de privacidad”, pero la realidad es que es una mera ilusión: tanto las autoridades nacionales o internacionales, así como actores particulares con el conocimiento apropiado y los medios necesarios pueden intervenir estos datos personales. Las medidas de seguridad física y electrónica tan sólo cumplen dos funciones: dilatar y disuadir estos intentos. Pero no lo cancelan ni imposibilitan. Este es un paradigma imposible de evitar y del que debemos ser muy conscientes para comportarnos de manera responsable.

Ahora que aclaramos este tema, la discusión de fondo realmente es el tema relevante: la privacidad de los datos personales frente a la seguridad individual y colectiva. Evidentemente, si un tercero particular no autorizado accede a datos personales comete un delito perseguible en cualquier legislación, al violentar la privacidad de un particular; pero si lo hace el Estado o una autoridad internacional para fines de Seguridad Nacional o Internacional es un asunto totalmente distinto. Este espacio no sería ni remotamente extenso para indicar la cantidad de ataques, atentados, delitos y otras potenciales violaciones al orden público nacional y global que han sido frustrados por el apropiado acopio, análisis y procesamiento de esta información de confirmados o potenciales delincuentes y terroristas. Este es el espacio de competencia de la Inteligencia Preventiva.

Existe un debate global que ha existido por décadas de cuál debe ser el balance entre la privacidad de particulares y la capacidad del Estado para acceder de manera preventiva a información personal. Prudente es el viejo adagio “El que nada debe, nada teme”. Pero ¿esto qué tiene que ver con la aviación comercial y el aerotransporte? Para responder a esto debemos contextualizar un segundo tema relevante: la determinación oficial del Gobierno de los Estados Unidos de que cualquier aerolínea comercial que vuele al interior de ese país es responsable de solicitar a sus pasajeros que como condición adicional para abordar el vuelo deberán presentar: su identificación (pasaporte y visa), llenar un formulario con información personal, y presentar una prueba negativa de no más de tres días de antigüedad de COVID-19, ya sea por PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa) o de antígenos.

Importante es señalar que, con estas condicionantes, las aerolíneas estarán haciendo acopio de impresionantes cantidades de información, la cual deberán turnar a las autoridades estadounidenses de manera casi inmediata. Lo anterior es relevante, en virtud de que con estos datos es posible elaborar un perfil profundamente detallado de una persona, la cual puede ser usada para fines de Inteligencia Preventiva no sólo en materia epidemiológica. Es entonces donde regresamos a la pregunta: ¿cuál es el balance entre la seguridad y la privacidad? Por un lado, la información y el resultante perfil derivado de la misma es esencial para prevenir e identificar potenciales riesgos epidemiológicos (no sólo de COVID-19, se aclara), pero también para elaborar fichas analíticas sobre los nuevos arribos a Estados Unidos.

La discusión se hace más profunda cuándo caemos en cuenta que los encargados de esto son actores particulares. Evidentemente, cada Estado en mayor o menor medida tiene organismos y entidades de Inteligencia, las cuales están legalmente constituidas y cuya función es el acopio, análisis y procesamiento de información. Sin embargo, esta proviene de diferentes fuentes y medios, con la finalidad de que sea integral y balanceada. Uno de estos medios son actores particulares, en nuestro caso en cuestión las aerolíneas. Estas fungirán como instrumentos de recolección, acopio, almacenamiento y transmisión de esta información sensible, la cual pasarán posteriormente a las autoridades correspondientes.

El tema entonces es cómo van a manejar estas aerolíneas ese amplio amasijo de información. Cómo las usará el Estado nos queda claro, y sobre esto no hay mucho que hacer. Pero cómo se almacenará, qué uso adicional se le dará, y cómo se resguardará esta información por parte de las aerolíneas debería ser un tema de reflexión, análisis y clarificación. Evidentemente, estas disposiciones y procesos son muy recientes, y nos faltan semanas para definir todos los procedimientos con claridad, pero no por ello dejan de ser preguntas impresionantemente relevantes en el debate entre la seguridad colectiva y la privacidad particular.

Por su naturaleza y relevancia, la aeronáutica se ha convertido en uno de los ejes indiscutibles de la vida cotidiana global. Ha sido uno de los principales promotores del desarrollo mundial, y ha sido el catalizador de muchos grandes avances de la humanidad. Por otro lado, también ha sido actor involuntario de grandes procesos que han transformado la humanidad, y al menos dos grandes en este milenio: el terrorismo global y la difusión acelerada de un patógeno, que llevó a una pandemia mundial en muy poco tiempo. Es entonces lógico y predecible que la aviación en breve se convierta en el escenario de un tercer foco de interés trascendente: la privacidad personal y la seguridad colectiva.

Evidentemente, cada quien tiene sus puntos de vista, sus posiciones y planteamientos. Es un debate que no prevé fin próximo. Hay mucho que se puede abonar y complementar, e indudablemente deberán fijarse estándares, entornos de responsabilidad, procedimientos y límites a este acopio, manejo y seguridad de la información. Sin embargo, debemos recordar que la seguridad de muchos puede estar en la transparencia de pocos, y que las acciones comprometidas de algunos pueden afectar la vida de millones. En otras palabras, en este debate debemos recordar “el que nada debe, nada teme”. ¿Qué queremos como sector? ¿Cumplir con un “deber ser”, o “temer” por no hacer?

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