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29/03/2024

Aviación, filosofía y coronavirus

Juan A. José / Martes, 30 Junio 2020 - 21:50

Confieso que me sigue “moviendo” y mucho, esa nota que me hizo el favor de publicar el 26 de agosto del año 2014  el portal de noticias www.t21.com.mx, en la que hablo de ese “lado negro” de la aviación que por su alcance global y limitados controles sanitarios en los aeropuertos, tiene la lamentable particularidad de contribuir a la propagación de enfermedades contagiosas, algo que ahora ha quedado perfectamente claro con el nuevo coronavirus.

Tengo tan arraigado en la mente el tema del “bicho” ese, que como tantos otros mortales conscientes, abrumado, quiero pensar que de manera comprensible, debo recurrir con más frecuencia que de costumbre a aquello a mi alcance para tratar de calmar mi preocupación, caso de la filosofía y los filósofos, especialmente los existencialistas.

Es así que vuelvo a visitar los textos de esos sabios que en mi opinión hacen el mejor trabajo de darle sentido a la vida y a lo que a lo largo de ella ocurre, muchos de los cuales, para mi satisfacción, tienen que ver de alguna manera con lo aeronáutico, vínculos que algún día pretendo compartir mediante un libro que he decidido titular “El Vuelo del Filósofo”.

Ya me había atrevido a compartir con mis estimados lectores hacia mediados del año 2015 un adelanto de esta suerte de visión filosófica que suelo emplear para unir a lo aéreo con lo humanista en un texto que lleva el nombre de “Aviación y Literatura”, mismo que comienza con ese: “Para escribir hay que tener algo que decir” con en el que Antoine de Saint-Exupéry,  intenta dejar claro que no se puede decir, y menos publicar cualquier cosa que vaga la pena compartirse, si no emana de lo extraordinario, requisito que debe cumplirse para tener algo digno que decir.

¿Puede haber algo más extraordinario que lo que estamos viviendo en este 2020?, pregunto.

Pocas actividades nos recuerdan tanto nuestra realidad, nuestra vulnerabilidad y por ende nuestra mortalidad, agregué en mi nota del 2015, como lo hace el volar. También afirmé que en el alma de cada aviador vuela un poeta. Comenté que algunos no lo reconocen y sólo lo sienten y lo guardan en lo más profundo de su intimidad, mientras que otros lo aceptan y lo llevan consigo sin grandes alardes, quizás conscientes de sus limitaciones literarias.  Pero para otros, apunté,  la experiencia de enfrentar a la naturaleza y ser testigos de la belleza que rodea el vuelo humano los obliga a convertirse en verdaderos narradores, integrando así este capítulo especial en el arte de escribir llamado literatura aeronáutica, en la que considero destacan el espiritual Richard Bach con su “Juan Salvador Gaviota”; el práctico Charles A. Lindbergh con su “Águila Solitaria” y el propio Saint-Exupéry, padre literario de un conocidísimo “Principito”. Por cierto los tres son verdaderos filósofos del vuelo íntimamente relacionados entre sí, tanto que resulta imposible concebirles sin reconocer las influencias que cada uno tuvo en el otro.  

Estoy hablando de personajes poseedores de la sensibilidad de maravillarse por la magia del vuelo, la lucidez aprovechar el privilegio de ver al mundo y a sus habitantes desde esa perspectiva, el valor de arriesgarse a compartir su experiencia al resto de los habitantes del planeta por medio de la palabra escrita, la capacidad de emplearla con calidad y la humildad de no vanagloriarse por ello. 

¿El vuelo del filósofo? 

¿Y por qué no?

Filosofar no es otra cosa que tratar de encontrar un sentido a la vida ¿y qué mejor lugar para encontrársela que estando completamente solo al mando de una aeronave sobre un campo de batalla (Bach), sobre el Atlántico del Norte (Lindbergh) o sobre el Desierto del Sahara (Saint-Exupéry)?

Claro está que el ubicarse por encima de la superficie terrestre no es el único gran espacio para reflexionar sobre lo bueno o lo malo de existir, de ahí que algunos escritores eligen otros planos para regalarnos esas gotas de sabiduría que en tiempos tan complejos como los que vivimos, en una de esas nos ayudan a paliar un poco nuestras ansiedades.

Podría intentar rescatar en este texto a tantos filósofos valiosos, que la columna dejaría de ser una de opinión para transformarse en una plataforma de divulgación, algo que no pretendo hacer, sin embargo, me doy el lujo de proponer a mis estimados lectores visitar no solamente de esos clásicos de corte filosófico aeronáutico a los que ya me he referido, sino también el dedicarle tiempo a la obra de otros grandes humanistas del pasado como Michel de Montaigne y sus “Ensayos” y Albert Camus con “La Peste”.

En este terrible año, de todas formas, somos afortunados de tener entre nosotros y siguiendo en primera línea la evolución de la pandemia a otro grande, quizás el mejor de estos tiempos: André Comte-Sponville (París 1952), autor de ese “Impromtus”, que por lo menos marcó a quien firma esta nota.

¿Y qué diablos está diciendo Comte-Sponville de todo esto que estamos viviendo?, me pregunté recientemente, recurriendo a “Mr. Google” para averiguarlo.  

¿Será que nos está regalando algo valioso con esa enorme inteligencia, honestidad, valor, claridad, y sentido común que le caracteriza?, acordándome nuevamente de Saint-Exupéry, y de su: “Cuando concluya esto (la Segunda Guerra Mundial), ¿qué le vamos a decir a los hombres?”

Mi filósofo “de cabecera” no me decepcionó y muy pronto me encontré que recurre a Voltaire al afirmar que había decidido ser feliz debido a que eso es bueno para la salud y nos alerta ante ese pan-medicalísmo asociado a las cuarentenas, en el que hemos colocado a la salud física por encima de necesidades tan importantes como la libertad, el amor, la justicia y la paz social y personal.“Dios está muerto, viva la sanidad pública” nos implica este que no deja de ser todo un agnóstico, al recordar una caricatura que alguna vez vio en una publicación, en la muestra que el interior de una iglesia vacía a no ser por la presencia de una dama que suplica: “Dios mío…tengo tanta confianza en ti que a veces quisiera llamarte ¡doctor!”

No hay que olvidarse de la economía, reclama; “algunos consideran obsceno hablar de economía cuando la salud está en juego”, declarando además que la decisión de cuando reabrir las economías no corresponde ni a los economistas ni a los médicos, sino a los pueblos por medio de sus representantes democráticamente electos. “Los expertos están ahí para ilustrar, no para gobernar”, apunta.

Responsablemente, como todo intelectual que se precie de serlo, Comte-Sponville, no deja de recordarnos la importancia de respetar y aplicarse hasta donde sea posible medidas preventivas como el confinamiento y la “sana distancia”: “Frente al covid-19  hay que hacer prueba de prudencia, no solamente reduciendo los riesgos, sino comparando ventajas con desventajas”.

Quien firma esta nota la compra este argumento, como le compra el siguiente, que le parece contundente:

“Tengo dos noticias que darles, una mala y una buena. La mala es que todos nos vamos a morir. La buena es que la enorme mayoría de nosotros vamos a morir de otra cosa que no sea el coronavirus”.

Lo cierto es que al final de cuentas, la filosofía trata de ayudarnos a enfrentar lo mejor posible la vida, algo que solamente se puede lograr aceptándola tal y como se nos presenta.

Espero que estas palabras le sirvan de algo estimado lector para paliar, un poco si quiera, aquella angustia que los tiempos que estamos experimentando podría generarle.

¡Mis mejores deseos!

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