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23/04/2024

Volar: sentimientos y sabores

Francisco M. M… / Jueves, 29 Septiembre 2016 - 10:13

Todos los pilotos conocemos ese maravilloso momento y el fabuloso sabor que deja el día en que entramos a un salón de clases de la escuela de aviación por primera vez; pero hay muchos otros momentos muy especiales: cuando bajamos del avión después de haber hecho el primer vuelo "solo", tiene un gran significado, y deja ese sentimiento de que uno está empezando a hacer las cosas bien, pero el día de la graduación y recibir la licencia de piloto comercial y sus capacidades de bimotores, instrumentos y radiotelefonía tiene un sabor maravilloso.

Recibir la licencia de piloto en México significa la terminación de una etapa difícil y complicada en todos sentidos, empezando por un alto costo que aumenta todos los días, pero también es el principio de una larga carrera de obstáculos que incluye grandes satisfacciones, aunque hay que decir que se viven también algunas decepciones y frustraciones empezando por aquellas que hacen pasar a los jóvenes aviadores las propias autoridades aeronáuticas de nuestro país, que trabajan en medio de una complicada burocracia que resulta inexplicable en una nación que tiene una industria que crece y se transforma de manera vertiginosa, que exige procesos modernos y eficaces, y que incluso ya ve nacer su industria aeroespacial.

En fin, una vez librado el mal sabor que dejan los obstáculos burocráticos, y con la licencia de piloto en la bolsa, muchos jóvenes inician ese largo deambular por hangares, oficinas de personal de las diversas aerolíneas o sindicatos para poder encontrar un trabajo y desarrollar la profesión. A veces el tiempo pasa y los rechazos se acumulan dejando desafortunadamente en el camino a algunos jóvenes, pero aquellos que tienen medios para subsistir (que normalmente no son muchos), quienes son insistentes, quienes tienen en la cabeza la meta fija y esa pasión por el vuelo, al final obtienen la recompensa y logran un puesto como piloto en alguna de las aerolíneas comerciales o ejecutivas del país.

Después de un largo proceso, el joven aviador es aceptado e inicia el entrenamiento primario correspondiente para volar determinado avión en particular, y después de completar el adiestramiento y pasar exámenes de tierra, simulador y vuelo, inicia una vida profesional que, más que eso, es una verdadera aventura que no se puede comparar con ninguna otra.

Ese maravilloso sabor que deja el primer día en que se usa un uniforme permanece para siempre, y desde ese momento se comienza a soñar en el día en que se pueda obtener la cuarta barra de Capitán en las mangas del saco y los laureles que distinguen al piloto al mando.

Durante la carrera de un piloto profesional, desde el primer día y hasta su vuelo de jubilación, se viven grandes satisfacciones, horas incomparables y situaciones para recordar siempre; hay para reír y ser feliz, para recordar y agradecer a Dios, hay nostalgia, pero también ratos para llorar (sí, llorar) y para estar triste, hay situaciones que muchas personas alejadas del medio constantemente no saben y no pueden creer. No pocas veces se vive miedo, y cualquier piloto que diga que nunca lo ha sentido está diciendo la mentira más grande de su vida porque siempre hay una primera vez... y no será la única.

El piloto aprende a vivir y trabajar con una gran responsabilidad en sus espaldas. Cada vuelo es diferente; conlleva nuevos retos técnicos y humanos que tienen diferentes sabores y también aprende a adaptarse a todo tipo de situaciones, a reaccionar rápida y eficazmente, y a disfrutar cada momento que la profesión le da, siempre teniendo como prioridad la seguridad de sus pasajeros y su tripulación.

El vuelo se disfruta siempre, por ejemplo, ¿quién de nosotros no ha disfrutado como nada ese sabor especial que es la visión única del cielo azul cuando nuestro avión deja la tierra y apunta la nariz arriba del horizonte durante la salida del sol en una mañana despejada de invierno?

¿Qué piloto no se maravilla a (pesar de las muchas horas de vuelo que haya acumulado) y disfruta ese magnífico sentimiento de "romper" la capa de nubes después de un vuelo largo durante una aproximación complicada y con mal tiempo, para encontrarse al frente con la vista maravillosa de una pista de aterrizaje iluminada?

¿Quién de nosotros no ha sentido una gran satisfacción al terminar el vuelo y, mientras se da un último sorbo al vaso de café, tener la oportunidad de ver a los pasajeros descender y abrazar a sus seres queridos?

Definitivamente, después de haber pasado 44 años y 26 mil horas en el aire, estoy convencido de que más allá de fórmulas aerodinámicas, de manifiestos de carga y balance o de los exigentes procedimientos, volar no sólo tiene una buena dosis de magia sino que también ofrece muchos sabores y sentimientos.

A través de los años "allá arriba", todos esos sabores y sentimientos dan al piloto profesional la oportunidad de vivir la más grande de las aventuras posibles hasta el término de su carrera, cuando desciende de su avión en el último vuelo y lo mira desde lejos, mientras se aleja para decirle en voz baja “realmente valió la pena, amigo, gracias por tantos sabores y sentimientos que compartimos, gracias por prestarme tus alas”.

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